Bogotá Colombia |
Nací en una de las cincuenta ciudades más peligrosas
del mundo, en alguna época fue la más peligrosa, mi hermosa Medellín, Colombia.
Aunque la mayor parte de mi infancia no la viví en la región, mi profesión fue
formada en una de las más importantes universidades públicas de la ciudad y de
Colombia, la Universidad de Antioquia.
Parte de mi infancia la viví en una pequeña población,
Fresno - llamada así por los frondosos árboles con el mismo nombre que abundan
en el área- donde reinaba en esos tiempos la tranquilidad y el café. A los
diecisiete años regresé a residir en Medellín en medio del desespero por salir
del mundo de la adolescencia donde sólo interesan los amigos y graduarse del
colegio.
Llegué a un apartamento ubicado en el centro de la
ciudad, allí residí por diez años mientras estudiaba y me formaba en la
facultad de medicina. Puedo decir que
conté con fortuna al pasar tanto tiempo en el caos del centro de la ciudad y tan
sólo una vez haber sido víctima de la violencia: un niño de la calle con un
cuchillo me robó unas cuantas monedas que tenía para el pasaje del bus. Me
asusté en el momento pero ahora cuando lo recuerdo fue algo gracioso, al darle
las monedas me abrazó y me dio las gracias.
Si fui testigo en varias ocasiones de otros casos de
robo cuando me movilizaba desde y hacia mi casa; grupos de prostitutas
arrebatando bolsos a las 5 y 30 de la mañana a mujeres solitarias y
transeúntes, rodeándolas y amenazándolas con armas blancas. No fui su próxima
víctima porque estaban preocupadas por
dispersarse y esconder el motín el momento en que me vieron. Vi en múltiples
ocasiones grupos de personas rodeando a hombres bien vestidos y solos, en
cuestión de 30 segundos les desocupan todos los bolsillos, luego se dispersan y
se pierden entre la multitud. Esta táctica es muy común, la usan en sitios muy
concurridos y es tan rápida que pocas personas
notan el suceso, la misma víctima no alcanza ni a asustarse. En una
ocasión vi como apuñalaban a alguien por robarle sus pertenencias.
Estos hechos fueron tan frecuentes que logre
acostumbrarme y caminar sin miedo en la ciudad pero sin dejar de estar
pendiente de mis pertenencias, de las personas que se paraban a mi lado.
Durante las vacaciones regresaba a la población de
Fresno a visitar a mi madre, pude ver que la tranquilidad allí se estaba
terminando; mi madre quien pertenecía al sector comercial del pueblo, debía
asistir a una reunión convocada por las llamadas Autodefensas (un grupo armado
al margen de la ley en Colombia), ella quería que yo también asistiera a la
reunión con el fin de conocer un poco de la realidad del país, me negué a ir
por el temor de estar en el mismo recinto con personas armadas, en ese entonces
contaba con dieciocho años de edad. El motivo de la reunión era para informar
al sector comercial sobre el deber de
pagar a partir de ese momento una cuota a las autodefensas cada cierto tiempo,
este dinero era por los servicios de “seguridad” que ofrecían las autodefensas,
pues decían que venían a limpiar el pueblo de la delincuencia. Esa fue la
primera vez que mi madre tuvo que pagar la mencionada cuota, también llamada
vacuna. Y se tiene que pagar debido a que las personas pertenecientes a este
grupo; cargando sus grandes armas, caminando y exhibiéndolas por todo el pueblo
así lo exigían.
Algunas vacaciones las pasé en Yolombó, una población
cercana a Medellín, donde residía mi padre (QEPD). Es una región con una
historia más antigua de violencia. La primera vez que fui a Yolombó fue en el
año de 1993, en ese entonces para llegar
allí el bus se podría tardar hasta doce horas por las malas condiciones de la
vía.
En las cercanías de Yolombó residían personas
pertenecientes a la guerrilla (otro grupo armado al margen de la ley), era algo
que todos sabían, pero nadie se atrevía a confirmarlo, no se podía hablar del
tema en sitios públicos por el temor de estar cerca de algún miembro del grupo
quien podría alcanzar a escuchar.
Mi padre me contaba a cerca de las varias ocasiones en
que la guerrilla trató de tomarse el pueblo a la fuerza por medio de fuego
cruzado con la policía municipal, también lanzaban pequeñas bombas hechas
artesanalmente con pipetas de gas, estas nunca lograban su objetivo gracias a
la rara topografía de la población. El fuego cruzado siempre terminaba con el
triunfo de la policía gracias a que el comando policial se ubica inmediatamente
después de la iglesia, los hombres de la policía solían escalar la torre de la
iglesia hasta el punto más alto y desde allí derribaban al enemigo. Hoyos de
balas en las paredes de las casas cercanas a la iglesia constatan las historias
contadas, entre ellas se incluía la casa de mi padre.
Un amigo cercano de mi padre estuvo secuestrado por
unos días, al parecer por uno de los grupos armados ilegales, él nos contaba
que mientras estuvo en manos de los secuestradores los escuchó decir que los
que más deseaban era derribar la torre de la iglesia que tanto les entorpecía
la toma del pueblo.
Mi hermano en una bonita mañana decidió ir a caminar
con el locutor de la emisora municipal por el campo. Con el clima perfecto,
paisaje hermoso y una buena conversación, se olvidaron del tiempo y la
distancia trascurridos. La sensación de sed los hizo percatarse de que habían
caminado por mucho rato y no llevaban líquidos con ellos, recurrieron a pedir
agua en las casas campesinas, los habitantes al ver dos desconocidos tocando
sus puertas se mostraban temerosos y dudosos de brindar un vaso de agua, pues
estos intrusos podrían ser miembros de algún grupo armado ilegal y si los
ayudan, el bando contrario podría tomar represalias en contra de ellos por
ayudar a supuestos miembros del bando enemigo. Afortunadamente los campesinos
lograron reconocer la familiar voz del locutor, sin dudarlo, les ofrecieron
agua y comida, sin dejar de advertirles que no deberían alejarse del pueblo, en
las áreas del campo podrían toparse con alguno de estos grupos armados y
cualquier cosa mala les podría pasar.
Mi padre fue el fiscal de la región, él debía hacer el
levantamiento legal de los cuerpos sin vida de quienes se sospechaba tuvieron
una muerte violenta, en una ocasión tuvo que hacer el levantamiento de
alrededor 19 cadáveres fue una jornada más que larga, impactante, imborrable.
Recuerdo una tarde en la que yo estaba en el balcón de
la casa y vi cuando varios camiones entraban al pueblo, estos estaban llenos de
personas provenientes del campo, de todas las edades, desplazadas por la
absurda violencia. Fue triste ver sus caras de impotencia y de temor al bajarse
de los motores, tener que continuar una nueva vida en lugares inciertos,
olvidarse del hogar del que solían pertenecer.
Esto es lo poco que puedo contar sobre la historia
violenta de Yolombó, yo solo estaba allí
unos pocos días del año.
En el ano año 2002 mi madre regresó a residir a Medellín,
allí continuó como comerciante, las autodefensas nuevamente le exigían una vacuna
o cuota a pagar. Estaba en un barrio
dominado por las autodefensas, quienes podían ser contratados para amenazar o matar a
alguien, por ejemplo para cobrar una deuda, por un porcentaje de la plata
obtenida ellos hacían el trabajo. La policía en ocasiones pasaba por el barrio vigilando. Una vez una de las cabecillas de
las autodefensas del barrio al ver la policía acercándose entró al
establecimiento de mi madre y le "pidió" (ordenó) que le guardara las
armas; ella cuenta que eran grandes y varias, no tuvo mas remedio que obedecer
pues si no lo hacia muy probablemente seria enemiga de un delincuente que ama asesinar.
Durante el internado (el último año de práctica en la
carrera de medicina) algunos meses tuve que movilizarme hacia fuera de la
ciudad, uno de esos meses los practiqué en el hospital del municipio de Puerto
Berrío, una localidad con un clima muy cálido en donde en algún tiempo
abundaban los miembros de las autodefensas o paramilitares, para ese entonces
el número de personas de este grupo se estaba reduciendo porque se estaban
sometiendo a un cese de hostilidades por medio de un proceso llamado
desmovilización; el miembro de las autodefensas que se desmovilizara entregando
sus armas, pasaría a ser una persona que ya no era buscada por la justicia
Colombiana. Las personas desmovilizadas portaban un certificado constatando su
estado de exparamilitar “desmovilizado”.
Mis compañeros y yo en el hospital evidenciamos que
estas personas usaban el dicho
certificado para aterrorizar a las personas; cuando veían que les tocaba
esperar mucho tiempo para que el médico los atendieran sacaban su certificado o
carta de desmovilizado pretendiendo sin más palabras que los atendieran
rápidamente. Diciendo implícitamente: esta carta muestra que soy un asesino, me
gusta portar armas, hacer que la gente haga lo que yo diga y legalmente no me
busca la justicia. Pero eso sí, témame. Nosotros como estudiantes practicantes
que éramos, solo podíamos pretender que nada pasó y atender al orgulloso
desmovilizado lo más pronto posible.
En el mes de práctica de urgencias que realicé en
Medellín, vi entrar personas que llegaban sin vida por heridas de arma de
fuego, vi una hermosa mujer con media cara desprendida ocasionada por violencia
intrafamiliar, decía temblando: “mi hijastro me cortó”. Recuerdo una niña de
trece años con heridas de martillo en el cuero cabelludo proporcionadas por su
hermano mayor. Esto sin contar con los heridos por arma blanca o de fuego que
se veían a diario en la ciudad.
Luego de graduarme de la universidad fui a trabajar a
una población llamada Abejorral la cual tampoco se libraba de la violencia,
allí existía una base militar que combatía en el área en contra de la
guerrilla.
En los turnos de urgencias del hospital, además de
cubrir los casos urgentes también debía realizar las autopsias o también
llamadas necropsias. Me convertí en un imán para las autopsias, en los primeros
meses la mayoría de mis turnos de urgencias siempre debía hacer una necropsia,
los compañeros del hospital en modo de broma me llamaban la doctora muerte o la
doctora Lili Monster, me veía con el uniforme de urgencias y decía "¿Quién irá a morir hoy?”. Fue tan frecuente que ya
me estaba preocupando, yo estaba atrayendo la muerte, estaba empezando a sentir
miedo a hacer un turno de urgencias, no me gusta hacer necropsias, me siento
triste debido a que la mayoría de las muertes eran por violencia, pensaba en
que sería lo último que vio o que pensó la victima antes de morir, si sufrió.
Al ver los signos de violencia en los cuerpos pensaba ¿Cómo puede alguien hacerle esto a un ser
humano?, siempre terminaba el día con algo de tristeza. Recuerdo una autopsia
que hice a un campesino muerto por una mina antipersonal (estas son minas que
entierra la guerrilla, al pisar la mina inmediatamente se detona).
Varios de los cuerpos sin vida que pasaron por
mis manos eran supuestos guerrilleros indocumentados abatidos por las fuerzas
militares. Las personas que trasportaban los cuerpos hasta el hospital siempre
eran los altos mandos militares junto con el comandante de la policía, fue tan
frecuente que se sentían con la
suficiente confianza de jugarme bromas, tal como simular llamadas anunciando
que más tarde volverían con más cadáveres.
Nunca imaginé
que estos militares años más tarde iban a estar investigados por falsos
positivos. En el año 2011 fui llamada a declarar por parte de la justicia
militar para que corroboraba los informes que presenté como médico que practicó
las autopsias a los cuerpos sin vida no identificados, que al parecer eran
falsos positivos, es decir, los supuestos guerrilleros muertos en combate según
los militares, no eran tales, eran inocentes campesinos asesinados cobardemente
y luego fueron pasados por guerrilleros,
esto con el fin de obtener una recompensación como algunos días de vacaciones,
para altos grados militares podría significar un ascenso, debían sumar un gran
número de “guerrilleros abatidos” para lograr estos beneficios. Esto es lo que
en Colombia se llama Falsos positivos y que hoy en día todavía se está
investigando y haciendo justicia por los familiares y las personas que murieron inocentemente durante el
gobierno que propuso esta compensación.
Cuando el
escándalo de los falsos positivos salió a la luz pública, llegué a sospechar de
los militares que conocí en Abejorral y
desafortunadamente la juez militar que tomó mi declaración me confirmó que
hasta ese entonces uno de esas víctimas era un campesino ya identificado,
mientras los otros continuaban en proceso de confirmación, me dijo tristemente:
“estos militares están muy emproblemados”.
Todavía me
es difícil de creer que alguien asesine a una persona inocente solo para tener
un fin de semana libre, tampoco lo justifica tener un ascenso en el rango
militar, nada lo justifica.
Ahora trato
de entender por qué los jóvenes soldados rasos acudían a la consulta médica con
cualquier mínima escusa, con el fin de que los incapacitáramos, lo cual no lo
hacíamos porque los veíamos totalmente saludables. Pienso, tal vez querían
escapar de las ordenes de sus superiores de matar a un inocente y de su misma
edad, de matar a alguien que tal vez les recordaba a un amigo, o simplemente no
tenían el corazón de un asesino y su última esperanza era una excusa
médica.
Mi último
mal recuerdo de Abejorral fue cuando en una noche de turno, estaba sola en el
cuarto de los médicos y recibí una llamada al cuarto, era otra médica, estaba
muy asustada, con llanto, me estaba pidiendo ayuda porque se encerró en la sala
de urgencia tratando de protegerse de un enfermero con quien tuvo una relación
sentimental, estaba enfurecido por un ataque de celos, la estaba persiguiendo
alicorado, la golpeó en la cara, en las afueras del hospital, ella por el temor
se refugió en el hospital, el enfermero golpeó al guardián del hospital porque
la estaba tratando de proteger, ella corrió hacia la sala de urgencias y logró
encerrarse allí.
Cuando ella
me cuenta que él está enloquecido y la quiere golpear, es difícil para mí
creerlo, yo le decía: ¿Que él hizo qué? ¿De qué hablas? ella me pide que lo
distraiga para poder salir y terminamos la conversación telefónica. En el
momento en que abro la puerta del dormitorio de los médicos para ir a ayudarla,
me lo encuentro en frente de la puerta, tenía los ojos endemoniados. Es un
enfermero alto y acuerpado, me entró a la fuerza al cuarto nuevamente, me
estrujaba, me gritaba, me encerró en el dormitorio junto con él, se le notaban
las ganas de golpearme también, me hizo sentir mucho temor, nunca nadie en mi
vida me ha tratado tan mal como él lo hizo, y lo peor, yo no tenía ninguna
situación en lo que estaba sucediendo, solo me encontraba trabajando. El me
obligó con sus gritos, estrujos y su
mirada amenazadora para que llamara a la médica que él estaba tratando de
alcanzar y le dijera que saliera del encierro y hablara con él. No tuve más
remedio que llamarla, ni siquiera recuerdo que le dije, las dos estábamos muy
asustadas, yo todavía no entendía que estaba pasando. La llamada sirvió para
que ella saliera rápidamente del hospital y huir del violento enfermero. Así
culmino la noche.
Para mí fue
una experiencia espantosa, él es el único hombre que me ha tratado mal en mi
vida, sentí mucho temor con su actitud y su grande figura. Lo que más me
ofendió fue que no respetara el hospital ni las personas que nos encontrábamos
allí, le pegó al portero, le gritó a las enfermeras de turno y lo que me hizo,
todo por un evento que había iniciado en las afueras del hospital, la pareja no
se encontraba laborando.
Al verme tan
ofendida, el día siguiente me quejé abiertamente ante la gerente del hospital
en medio de una reunión en la que estaba con todos los médicos, ella dijo que
tomaría medidas ante el asunto lo cual nunca hizo, lo único que logré con esa
queja es declararme públicamente como
enemiga del enfermero, declararme su objetivo de venganza número uno.
De esto me
di cuenta semanas más tarde, el auditor del hospital preocupado por mí me
mostró lo que había encontrado: mientras auditaba algunas historias clínicas
(historiales de los pacientes atendidos en el hospital), encontró que el
enfermero en cuestión estaba tratando de alterar algunos historiales clínicos
hechos por mí, principalmente en un historial de una embarazada que yo atendí
por urgencias, eran muy evidentes las intenciones del enfermero de manipular la
historia, para perjudicarme en caso de que algo pasara con los pacientes o en
caso de alguna auditoría externa, encontraran errores míos.
El auditor al notar lo que el enfermero trataba de hacer en mi contra
quería prevenirme, advertirme que no perdiera de vista al enfermero porque definitivamente él me tenía en su mira.
En el año
2011 me enteré de que el enfermero, estaba cursando quinto semestre de medicina
y además era concejal del municipio de
Abejorral. Para mí es preocupante saber que un hombre que es capaz de
pegarle a las mujeres y a cualquier persona que se meta en su camino y que
además altere algo tan serio y legal como un historial médico para hacerle daño
a una persona, no debería ser médico ni tampoco concejal, imagino a sus colegas
médicos siendo víctimas de él alterando sus historiales por algún mal
entendido, lo imagino alterando documentos públicos en el concejo del municipio
a su conveniencia. Ningún pueblo, ningún paciente ni nadie se merece tener a
esta persona como político ni como
médico.
Volviendo a mi cronología. No permanecí mucho tiempo
en Abejorral, en el año 2008 me encontraba laborando y residiendo nuevamente en
Medellín. Trabajé
en un área cerca a uno de los barrios más peligrosos y pobres de la ciudad, un área
conocida como la comuna 13. Los
habitantes de la comuna 13 viven a diario una pesadilla; en Medellín hay
guerras internas, cada barrio, cada comuna tiene su propia guerra, numerosos
grupos de pandillas se pelean diariamente por el dominio de los barrios y en
medio están los vecinos quienes son víctimas del conflicto sin importar edad ni
sexo.
Los pacientes que tuve residentes de la comuna 13 me
relataban como sobrevivían a diario. Varios de estos pacientes tenían problemas
psicológicos por causa de lo que estaban viviendo, madres con cuatro hijos que por semanas no podían ir a estudiar
porque en la comuna había fuego cruzado y no podían salir de sus casas, no
podían tan siquiera asomarse por sus ventanas, corrían el riesgo de morir por
causa de balas perdidas. También me
contaban sobre las fronteras invisibles, estas son las líneas imaginarias
trazadas por los pandilleros para marcar sus territorios, los habitantes del
barrio no podían pasar por determinados lugares, cuadras, esquinas porque
estarían pisando territorio “enemigo”, si llegaban a cruzar las fronteras
podrían morir, de modo que si la escuela está en territorio prohibido, no
podían seguir asistiendo a la misma escuela.
Atendí familias enteras en las cuales todos los
miembros de la familia tenían problemas psiquiátricos y psicológicos, la guerra
los estaba enfermando. Yo les preguntaba ¿Por qué no se van del barrio? La
verdad es que no es tan fácil como suena. No se puede poner la casa en arriendo
porque nadie quiere vivir en esas zonas, no se puede dejar la casa vacía porque
los mismos pandilleros se apropian de esas casas a la fuerza. Sin embargo, nada
vale lo que vale la vida, la salud y la tranquilidad.
Ni hablar de las madres que se quedaron sin hijos
porque fueron reclutados por las pandillas voluntaria o involuntariamente desde
muy temprana edad y así mismo perdieron la vida; jóvenes, pensando que estaban
viviendo una vida soñada como en las películas dominando con destreza un arma y
tratando a su modo de ser héroes.
Soy de un país en donde ser profesional te quita el
derecho a tener una vida tranquila o el derecho a vivir. Uno de mis amigos
médicos me cuenta que fue extorsionado por un tiempo, recibía llamadas
anunciando que a su padre algo malo le iba a pasar si no les daba dinero, él
estuvo pagando y no sé cuánto, nunca me lo dijo, semanas después se enteró que
el extorsionista era una persona cercana a su familia. Ayer sale en el
periódico que un médico fue asesinado al
robarle una moto.
Conservo la ilusión de que la situación en Latino
América va a cambiar, tenemos un buen potencial para mejores cosas, cada vez
más el resto del mundo se interesa por la región, y como reza una frase muy
pronunciada en Colombia: “los buenos somos más”. Colombia ha sido catalogada
como el país más feliz del mundo, para mucho esto es una gran mentira, yo
pienso que es una gran verdad. Una madre es feliz al saber que pudo educar y
darles un futuro a sus cuatro o cinco hijos a pesar de ser pobre y de vivir en
medio de tanta violencia. Nuestra felicidad no consiste en tener el último
Smartphone o un carro más nuevo y grande.
Somos felices, nos sentimos orgullos de sobrevivir y seguir hacia
adelante, porque como lo dije antes, lo buenos de tanta adversidad es que nos hace
cada vez más fuertes y ya no le tememos a nada, de aquí
en adelante solo vendrán cosas mejores. ¡Animo Latino América!
Continúe leyendo...
7 razones para tener orgullo latino
Cuénteme su historia o haga su comentario a continuación si lo desea.
Continúe leyendo...
7 razones para tener orgullo latino
Cuénteme su historia o haga su comentario a continuación si lo desea.
Acabas de relatar una radiografía real de las condiciones adversas de los últimos 15 años en Colombia desde tu punto de vista, y solo me quedan palabras de exaltación, ÁNIMO LATINOAMÉRICA, de ésta salimos juntos, y como muy bien lo expresaste:..."LOS BUENOS SOMOS MÁS...".
ResponderBorrarRealmente me has sorprendido, te felicito Mace!!!, me gustó mucho lo que leí, además fue muy entretenida la narrativa..., me siento orgullo de vos!!!
ResponderBorrarGracias!
BorrarMuy bueno Doc, un saludo desde Recife!
ResponderBorrarMuchas gracias William, éxitos.
Borrar